¿Por qué las Ballenas azules no contraen cáncer?

Por Olivier Pascalin

La ballena azul representa uno de los mayores misterios en la investigación del cáncer. Como sabes, los tumores se desarrollan a partir de una única célula defectuosa. En “teoría”, los animales más grandes (que tienen la mayor cantidad de células) deberían tener más cánceres que los animales más pequeños.

La ballena azul está formada por 33 millones de billones de células, 1.000 veces más que un ser humano. Puede vivir hasta 100 años. Y, sin embargo, casi nunca contrae cáncer.

Esta paradoja ha intrigado a los investigadores durante casi 50 años… ¡y descubrimientos recientes podrían revolucionar los tratamientos contra la enfermedad!

Para entender completamente esta paradoja, te sugiero primero ver brevemente cómo se desarrollan los cánceres a nivel celular. Normalmente, cada célula de nuestro cuerpo sigue una serie de procesos bioquímicos complejos que le permiten interactuar con otras células a su alrededor y dividirse.

Pero entre estos miles de millones de procesos, sucede regularmente que determinadas células cometen errores que pueden alterar su buen funcionamiento.

Para evitar que esto cause daños, nuestras células están programadas para autodestruirse en caso de mal funcionamiento: la célula defectuosa se suicida. Esto se llama apoptosis. Y si eso falla, nuestro sistema inmunológico suele encargarse de destruir estas células.


Desafortunadamente, esto no siempre funciona. Ciertas mutaciones pueden prevenir la apoptosis. Otros pueden incluso dotar a estas células de “superpoderes” que les permitan apoderarse de otras células: reproducirse más rápidamente, esconderse del sistema inmunológico, utilizar los canales sanguíneos para alimentarse, desarrollarse o diseminarse…

En definitiva, estas células rebeldes ya no colaboran con todo el cuerpo. Están completamente fuera de control. Así nacen las células cancerosas que, a medida que se desarrollan, se convierten en tumores y luego, en determinados casos, en metástasis mortales.

Así es, de forma algo simplificada, cómo se desarrollan los cánceres. Cuantas más células tenga un animal, más debería, por tanto, a priori sufren mutaciones que favorecen el desarrollo de cánceres. Curiosamente, los estudios han demostrado lo contrario: los animales grandes, como las ballenas y los elefantes, son menos propensos al cáncer que los más pequeños, como los humanos o los ratones.

Esto es lo que llamamos la «paradoja de Peto». Este es el secreto de las ballenas azules contra el cáncer. El investigador Richard Peto dio nombre a esta paradoja tras descubrir, en 1975, que la incidencia del cáncer no se correlaciona con el número de células del cuerpo.

La investigación sobre ballenas ha demostrado que la mayoría de las ballenas no mueren de cáncer. Un estudio realizado con más de 2.000 ballenas barbadas, por ejemplo, no encontró rastros de cáncer, y esta paradoja se encuentra en la mayoría de los animales de gran tamaño: elefantes, rinocerontes, hipopótamos, osos polares, jirafas, búfalos, morsas, elefantes de mar… ¡No son todos azules!

Hoy en día, los científicos todavía no saben cómo explicar con precisión las razones de la paradoja de Peto. Pero en los últimos años, varios estudios han permitido descubrir las estrategias anticancerígenas de estos grandes animales, con el objetivo de inspirarse en ellos para crear tratamientos eficaces.

Si entiendes inglés, te recomiendo ver el vídeo del estudio de animación Kurzgesagt, llamado “Por qué las ballenas azules no tienen cáncer”, que me ayudó mucho a escribir mi artículo.

La hipótesis más común es que las defensas anticancerígenas de los animales se desarrollaron a través de la evolución de las especies. De milenio en milenio, los primeros seres multicelulares se hicieron cada vez más grandes y su longevidad se extendió. Por lo tanto, estaban cada vez más sujetos a mutaciones y, por tanto, al riesgo de cáncer.

Al mismo tiempo, habrían desarrollado gradualmente nuevas estrategias para limitar el desarrollo de tumores cancerosos. Y así es como los animales más grandes habrían “inventado”, gracias a la evolución, técnicas para frenar el desarrollo de los cánceres.

En 2015, cuando llegué a Argentina, un artículo publicado en Cell Reports descubrió genes en la ballena de Groenlandia que podrían estar asociados con su excepcional longevidad (más de 200 años).

Los científicos compararon el genoma de la ballena de Groenlandia con el de mamíferos de vida más corta, como vacas y ratones, ¡ninguno de los cuales es azul!

Así, identificaron 151 fragmentos de ARN no presentes en otros mamíferos, que permiten activar o desactivar determinados genes. Los investigadores también encontraron mutaciones específicas de la cabeza de arco en el gen ERCC1, que está relacionado con la aparición de cáncer y la reparación del ADN. Estas particularidades permitirían a la ballena tener una mejor respuesta ante las células cancerosas.

Y es aún más evidente en los elefantes rosas (no, lo siento, el color no importa). En una charla TedX, Carlo Maley, director del Centro de Evolución y Cáncer de Arizona, explica que los elefantes son mucho más rápidos en desencadenar la apoptosis en células enfermas. Ahora sabemos que la apoptosis está relacionada principalmente con el gen supresor de tumores p53.

Los humanos tenemos 2 copias de este gen… ¡mientras que hay 40 en los elefantes! Por tanto, las células de elefante son extremadamente sensibles al daño del ADN. Cuando las células se exponen a la radiación (que provoca mutaciones), incluso las más leves, se autodestruyen rápidamente.

En otras palabras, a la más mínima mutación en una célula, ésta será inmediatamente destruida en el elefante… Mientras que en los seres humanos se requiere una radiación radiactiva mucho más intensa antes de que la célula se suicide, lo que aumenta el riesgo de que aparezcan células cancerosas.

En cuanto a los animales más pequeños, como el ratón, la apoptosis no se produce, porque no tiene razón de existir desde un punto de vista evolutivo, ya que la esperanza de vida del ratón es muy corta y corre el riesgo de ser devorado por un depredador después de unos meses, su estrategia consistirá principalmente en reproducirse lo más rápido posible, en lugar de evitar posibles cánceres.

En 2007, tres investigadores estadounidenses propusieron otra hipótesis. Según ellos, en los grandes mamíferos el tumor podría… volverse contra sí mismo. De hecho, los tumores no se desarrollan de forma homogénea. A medida que se multiplican, las células cancerosas siguen sufriendo mutaciones… hasta el punto de que es posible que una célula cancerosa se individualice: deja de cooperar con otras y comienza a reproducirse por sí sola para crear un nuevo tumor independiente del primero.

Un tumor del tumor en cierto modo… Este nuevo tumor entraría entonces en competencia directa con el primero, y cada vez que se desarrollara un nuevo tumor, sería destruido por un «tumor del tumor», y así sucesivamente, evitando así que un tumor se vuelva maligno.

Hoy en día, quedan muchas preguntas abiertas sobre el cáncer. El estudio de ballenas y elefantes podría, en última instancia, permitir encontrar nuevas estrategias que estimulen la apoptosis de las células cancerosas.

Además, nuestra visión del cáncer y su desarrollo es aún muy limitada: investigaciones recientes sugieren que no se trata de simples aglomeraciones de células defectuosas, sino de organismos vivos en sí mismos, por lo que los estudios han demostrado que ciertos cánceres eran… contagiosos. Si bien son extremadamente raros en humanos, son más comunes en algunos animales.

Es el caso, por ejemplo, del famoso tumor facial que está diezmando las poblaciones del demonio de Tasmania.

Ahora sabemos que estos tumores se transmiten de un individuo a otro, como un parásito, pero lo más sorprendente es que al estudiar el genoma de estas células cancerosas descubrimos que era completamente diferente al de las células sanas, han perdido cromosomas. Desde el punto de vista biológico, se trata, por tanto, de un nuevo ser vivo, genéticamente diferente del formado por células sanas.

También sabemos que los tumores se organizan como un organismo independiente que lucha por su propia supervivencia. Las células cooperan entre sí, se comunican con el entorno externo y pueden inducir la formación de vasos sanguíneos.

Algunas bacterias incluso tienen su propia microbiota. Por ejemplo, se ha encontrado la bacteria fusobacterium nucleatum dentro de ciertos tumores. Según un estudio israelí reciente, esta bacteria ayuda a las células cancerosas a escapar del sistema inmunológico.

Algunos biólogos se preguntan si el cáncer no es la “creación de una nueva especie a partir de la primera”. La célula cancerosa sería entonces una célula que rompe su contrato con el organismo y se separa de las demás células… un retorno a la vida unicelular, antes de recrear desde cero un nuevo ser vivo.

Nuestra comprensión del cáncer está cambiando y están surgiendo nuevos enfoques fascinantes, como la medicina evolutiva contra el cáncer. Esta nueva medicina no considera el cáncer como una simple disfunción de nuestro organismo. Según ella, este mecanismo debería considerarse más bien como una estrategia de interacción de las células con un ecosistema complejo de microorganismos en constante evolución.

Publicado por oberlus1954

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