Por Roberto Espinosa
La felicidad cae como una lágrima de amor

Hace 110 años nació uno de los notables poetas del continente y referente de la bossa nova.
Una botella está huérfana. El whisky ha comenzado a derramarse en versos. Un samba en preludio crepita en la soledad de los sueños. Los amigos se van sentando en su alma. El edema pulmonar entrecorta el gesto de las palabras. Antiguos amores van abriéndole las ventanas del corazón. Noches desveladas de risas y alcoholes le laten en el pelo. Un poema se va despidiendo entre sus dedos.
“La felicidad es como una gota de rocío en un pétalo. Brilla tranquila. Después, suavemente oscila, y cae como una lágrima de amor”.
En Río de Janeiro es 9 de julio de 1980. La noticia aúlla nerviosa por las calles desencajadas de tristeza. Vinicius de Moraes ha muerto. Brasil es llanto desbocado.
“Si Clodoaldo Pereira da Silva Moraes -mi padre- y yo cambiamos diez palabras durante su vida es mucho. Hay personas con quienes las palabras son innecesarias. El y yo nos entendíamos y amábamos en silencio. Si hubiéramos comenzado a hablar, habríamos caído en el llanto. Tan grandes eran en nosotros los motivos para llorar… tantas cosas que hacían que nuestros ojos no se demorasen cuando se encontraban. Porque las ganas verdaderas eran las de abrazarme con él, sentir su barba en la mía, acariciarle los ralos cabellos y llorar juntos nuestra inepcia para construir un mundo palpable”.
Seguramente Clodoaldo, inédito poeta, es muy feliz cuando ese domingo 19 de octubre de 1913, la partera le pone en brazos al bullanguero Vinicius. Ello ocurre en el barrio de Givea, en Río.

La familia se muda a la isla del Gobernador, en la bahía de Guanabara. El Tesoro de la Juventud le enciende la chispa de la poesía. “El camino para la distancia” escribe a los 19 años.
“Mi padre era funcionario en la prefectura de Río y era de algún modo un poeta casero al que no podía dejar de plagiar. Un día le robé un poema y se lo regalé a una enamoradita que tenía. Tuve remordimientos y al final le dije a ella la verdad. En esa época estudiaba derecho. Me recibí a los 20 años, pero nunca ejercí”.
En 1938 ganó una beca para estudiar literatura inglesa en Oxford. Francia, sinónimo de Rimbaud. 1943 es nombrado diplomático en Los Angeles. Estudia con Orson Welles y se empapa de Armstrong y el jazz. Crítico de cine y periodista.
“Me echaron por criticar demasiado los films de la Metro. Eran críticas honestas. Quería ser demasiado puro y esto la vida no lo permite”.
Un productor de cine le pide una historia. El rescata a Orfeo Negro de sus papeles. Un abrazo musical con Antonio Carlos Jobim. Marcel Camus la lleva a la pantalla grande y se apodera de una Palma y un Oscar.

Es 1959, la diplomacia rueda por la ventana.
“Empecé a hacer shows sin que ya nadie frunciera el ceño por la poesía de un funcionario. Estaba cansado de ser un poeta que no pasaba de los cinco mil ejemplares. Quería hablar para más gente y así comencé a grabar con Araci de Almeida”.

“La chica de Ipanema” lanza a las estrellas a Vinicius y Jobim. La bossa nova alimenta el alma de la música. Baden Powell, Dorival Caymmy. “Chega de saudade”, “Insensatez”, “Berimbau”, “Samba Bençao”.
“No me quiero morir sin vivir inútilmente”. El vaso respira un whisky intermitente. Siempre el amor y la vida, ese arte del encuentro.
“Porque cumpliste años, Bien Amada, y el ala del tiempo rozó sus negros cabellos, y porque tus grandes y tranquilos ojos miraron por un instante el Norte inescrutable… Quisiera darte además de los besos y las rosas, todo lo que un hombre nunca entregó a su Amada… Ah, si pudiese darte mi primer miedo, y mi primer coraje; mi primer miedo a las tinieblas y mi primer coraje al enfrentarlas, y el primer escalofrío sentido al ser tocado ligeramente por la invisible mano de la muerte… Sobre todo quisiera darte, mi Amada, el instante de mi muerte, y que este fuese también el instante de tu muerte, de modo que ambos, separados por tanto tiempo en vida, viviésemos en nuestra muerte una sola eternidad…”

Alcoholes que chocan festivos en una madrugada. Amigos que desbordan la alegría, la tristeza en seis cuerdas de guitarra. Nueve esposas desfilan por sus pensamientos. Una voz de terciopelo va conquistando la luna con una canción:
“Yo sin usted no tengo porqué, porque sin usted no sé ni llorar. Solo estoy sin luz, jardín sin regar, calle sin amor, amor sin ciudad y yo sin usted… soy un campo sin flor, tristeza que va…”

Para conocer más sobre este magnífico músico y compositor: su página.
