Por Jorge Triviño Rincón

Era mi padre—, a pesar de haber cursado segundo de primaria—, un hombre muy inteligente, pues fue un excelente lector, ya que leía dos periódicos al día: El espectador, del que recuerdo al columnista famoso: Panesso Robledo, cuyo pseudónimo utilizado era Argos, y escribía sobre mitología griega. También compraba, a pesar de la escasez de dinero en algunas ocasiones, el periódico La Patria de la ciudad de Manizales; los que luego de leerlos, me los obsequiaba para que fueran ojeados por mí. Lo que más me gustaba examinar y hojear de todos los periódicos, definitivamente, eran las historietas cómicas y los editorialistas.
De aquel gusto por la lectura, me quedó el encanto por las tiras cómicas, que estaban insertadas en una página, casi al final del periódico, en las ediciones de lunes a sábado.
Y cada domingo, había una separata especial de comic en los diferentes diarios del país. Recuerdo—, que algunas veces—, mi padre también compraba los rotativos El Colombiano y el diario La República. De aquellos, lo que más me agradaba de la sección literaria, eran los cuentos, las críticas literarias y de cine; pero en lo que me voy a centrar—, por varias razones— es en el comic, que llegó a mi vida para quedarse, y para siempre.
El lenguaje visual ha sido muy importante para mi vida; ya que la expresión visual, aporta—, cuando es hermoso—, el sentido de belleza y armonía a nuestra sensibilidad, pues los dibujantes que ilustran los comics, son realmente verdaderos maestros del dibujo, y eso como niño y como adulto, me encantaba y aún me cautiva.

Las líneas magistrales tan bien logradas y los gestos que le imprimían a las emociones que deseaban mostrarle al lector, me seducían.
Los periódicos, buscaban obtener mayor cantidad de lectores los fines de semana; lo que generaba en nosotros los jóvenes, ansias de que llegara ese precioso día, para asistir a la iglesia, a la primera misa del día bien acicalados; y luego, a leer las tiras cómicas, y ver en los periódicos las distintas funciones del cinema de la ciudad; recibir después, el dinero de nuestros padres para ir a matiné a alguna de las salas de cine; averiguando primero los nombres de las películas que iban a proyectar en el teatro El Cumanday, El cid, El teatro Manizales, el Teatro Avenida o en el Teatro Olimpia—; hoy derruido a causa de algunos intereses, no sé si económicos o de otra índole—, como los que permitieron detonar varios vagones del ferrocarril de Caldas, para filmar la película Los aventureros, donde actuó el cantante y actor Charles Aznavour.
Uno de mis comics preferidos era Tarzán —, novela del escritor Edgar Rice Burroughs—, y dibujado por Hal Foster y Burne Hogart, que leíamos en un patio comunitario del barrio, mientras escuchábamos los tangos de Carlos Gardel—, de quien me declaro admirador—; a Lucho Gatica, a Alfredo de Angelis, a Ignacio Corsini, a Hugo del Carril, a Enrique Santos Discépolo, con su Gira Gira y con su monumental: Cambalache; a Aníbal Troilo; las canciones de Susana Rinaldi—, en fin; la lista es extensa para tratarla aquí.

En esa época, había unos aparatos radiofónicos, generalmente de seis o siete bandas, que funcionaban con pilas y que tenían un excelente volumen, los que eran exhibidos en patios vecinos.
Nosotros—, chiquillos todavía—, veíamos jugar al pipo y cuarta a nuestros papás, y los oíamos reír, mientras ellos—, con un trozo de madera— medían la distancia existente entre las bolas de canicas, para saber si medía o no, una cuarta.
Los dibujos de los grandes maestros, con sus imágenes, nos transportaban a la selva africana, llena de animales exóticos, como los elefantes, los simios, las jirafas, los chimpancés, los gorilas, los rinocerontes, los tigres; en fin; los dibujantes—, artistas de los cómics— llenaron nuestras mentes de seres animados. Algunos feroces, otros; un poco menos y los más, mansos y hermosos; además, al ver esa jungla espesa, inhóspita y majestuosa, teníamos la sensación de grandeza, pero; así como el héroe había logrado sobrevivir—; creíamos y creemos, aún— que el coraje, el amor hacia toda forma de vida; la amistad con los seres de nuestro entorno y el amor acendrado a la justicia divina, hacen posible —todavía— la conquista de ese entorno aparentemente inhóspito de nuestra Psique.
La valentía de Tarzán, irrumpía en ella; haciéndonos sentir que también tendríamos el valor de enfrentarnos a cualquier situación, por difícil que fuese. La historia de Tarzán, como arquetipo del héroe, es universal; razón por la cual ha seducido, seduce y seducirá a las generaciones futuras, por su contenido épico. Toda la obra de aventura, es una epopeya, en la que se cuenta el recorrido que debemos realizar desde nuestro nacimiento, para enfrentar esas fuerzas hostiles que subyacen en la hondura de nuestro ser, y a las cuales debemos “domar”, para ponerlas luego a nuestro servicio.

Pero en esa travesía por los dibujos animados, también estaba El fantasma, un héroe enmascarado, que galopaba en un corcel blanco. De él, recuerdo su peculiar pantaloneta a rayas cruzadas y lógicamente su antifaz; pero ignoro que se haya mencionado su verdadera identidad en alguno de los capítulos de la historieta.
Entre los héroes que llegaron a nuestras vidas, debo citar al infaltable Supermán, el hombre de ojos azules y dotado de poderes de visión y de vuelo, para atrapar a los malvados. Supimos por la lectura de la historieta, que su novia se llamaba Luisa Lane y que su verdadera identidad era la de un reportero de un periódico.
Solamente tenía un defecto, y era que lo perjudicaba una piedra llamada Kriptonita o “Kripto: piedra y nito; de nisos: negra”, es decir, la parte de su personalidad que aún tenía por pulir.

Posteriormente, tuvimos la fortuna de poder ver en acción a Supermán, a través de pantallas en las que se utilizaba un pequeño proyector en las paredes de nuestra escuela primaria, donde también se hacían representaciones teatrales de sketchs, de danzas y bailes, y de recitales de poesía hechos por los alumnos de nuestra institución.
De ellas, evoco con mucho cariño una interpretación de La contradanza, y la primera vez que yo veía utilizar —de manera magistral— las castañuelas en una interpretación de una canción española.

Batman, apareció después en la escena, y pudimos saber que tenía un amigo joven enmascarado llamado Robin, y que se dedicaba y se dedica a atacar a los criminales en las noches; además de poseer un batimóvil y habitar en una baticueva, en la ciudad Gótica.
Sabemos que se desplaza por la ciudad por meandros que solo él conoce y que vuela al igual que los murciélagos. De este asombroso personaje de las tiras cómicas, nos encantaron los dibujos hechos por Carmine Infantino, en los que sobresalía el garbo de los protagonistas, y su colorido sobresaliente.
Mandrake el mago, apareció también en nuestras vidas, con su sombrero de copa, su pequeño bigote, su capa roja y su elegante vestido, acompañado de su amigo gigantón Lothar, que tradujeron como Lotario; su amiga Narda, y Therón, el padre de Mandrake.

La magia, campea por sus páginas, aparte del valor de sus protagonistas para resolver los interrogantes y situaciones que se les presentan.

En los periódicos de entonces, pudimos solazarnos luego con las historietas de un marino llamado Popeye, del que supimos con posteridad, que deviene su nombre de Pop-eye, que significa: ojo tuerto; al que siempre le vimos su atractivo, al tratar de reproducir su dibujo. Nos encantó, además, su novia y esposa: Oliva, “flaca como un lamento” y la fuerza descomunal del héroe cuando come espinacas, su comida predilecta.
Hay varios personajes dentro de esta tira cómica, que también nos seducen: Cocoliso, un pequeño hijo adoptivo, y sin cabellos; Brutus, rival y archienemigo enamorado de Oliva, y Pilón, un gordiflón al que le fascinan las hamburguesas.
De Popeye, evocamos la frase más famosa, pronunciada cada vez que triunfaba: “Popeye el marino soy”.
También nos acordamos —con mucho cariño— de Daniel el travieso; sus grandes amigos Ruffus, un perro pequeño, y el señor Wilson, de su papá Henry y su mamá Alicia. Esta caricatura, logró al igual que la mayoría, ser proyectada posteriormente en el cine, con personajes reales, teniendo un gran éxito en taquilla.

Tuvimos la ocasión de poder leer las revistas que publicaron de cada uno de estos personajes, las que intercambiábamos con otros compañeros de escuela, en una revistería situada a un costado de la iglesia de los padres agustinos en la ciudad de Manizales. Allí íbamos a cambiar “mano a mano” o a pagar dando unos centavos de más por cada ejemplar.
Conocimos a Mawa, a la pequeña Lulú, al pato Donald, A Tío Rico, A Chip y Dale, a Tribilín, a Kalimán, a Arandú, al conejo Bugs Bunny, a Tom y Jerry, que en los inicios tenía otro ratón más como protagonista: Tufy. Esta historieta es de un gran dúo de dibujantes norteamericanos: William Hanna y Joseph Barbera, de quienes disfrutamos sus creaciones fabulosas: Los Picapiedra, El oso Yogi, Los supersónicos, Scooby-Doo, el oso Huckleberry, Don gato y su pandilla y Pixie, Dixie y mr. Jinks.
Ambos caricaturistas, nos legaron muchos personajes, con características bien definidas y personajes muy bien delineados, que llenaron de solaz y alegría muchos momentos de nuestra niñez, adolescencia y algunos de nuestra madurez.

Ellos, nos han dejado un gran acervo, y aportaron conocimientos maravillosos, como en Los supersónicos, en el que nos muestran ya los carros voladores, la telecomunicación y varios momentos futuristas, como las mismas estaciones aéreas.
Recordamos —también—, A Benitín y Eneas, al detective Dick Tracy, a Tin Tín, a Rip Kirby, A Brick Bradford, a Los sobrinos del capitán, a Ásterix, al mago Fedor, a Los náufragos, a Henry, a Carlitos, a Ferdinad, a Pomponio, a Porky—, el cerdito—, al pato Lucas, a Don Abundio, a Lorenzo y Pepita a Paquita ya El reyecito.
Son tantos los comics que llegan a mi memoria, que sería muy extenso ponerlo en un solo artículo, así que les prometo una segunda parte de COMICS.

