Por Jorge Eliécer Triviño Rincón

No termino de asombrarme con la poesía de Juan Ramón Jiménez. Una de ellas es el descubrimiento hecho por un gran amigo, con respecto a un prólogo a su hermosa obra Platero y yo, en una edición de 1934, y que lastimosamente ha desaparecido, bien sea por motivos de la editorial, para abarcar un mayor público, o bien, para ahorrar espacio. Ambas cosas son lamentables para nosotros como lectores. El texto aparecido en esa edición es el siguiente:
ADVERTENCIA A LOS HOMBRES
QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS

Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para ¡qué sé yo para quién! para quien escribimos los poetas líricos.
Ahora que va para los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!
“Dondequiera que haya niños,—dice Novalis—, existe una edad de oro.” Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.
¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños: siempre te hallé yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa te dé su lira, alta y, a veces, un sentido, ¡igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer![1]

Este precioso prólogo, incluido por el autor y publicado en 1914, aparte de reconocer el valor de los niños, a quienes les dedica el libro, nos plantea la existencia de una edad de oro, en la que viven los poetas: un mundo de ensoñación, de deleite y de creación, además del disfrute de los dones de la naturaleza, de la música, de pintura, de la belleza de la escultura y de la poesía. Edad que nos recuerda esa patria perdida: la de los helenos o pelasgos, que nos dejaron su mitología, llena de imágenes de dioses y diosas que llenan el espacio en el que convivimos, y que representan las fuerzas de la naturaleza, que moran en nuestra alma: la divina Psique, el Alma, que personifica a la misma Perséfone «porque es sabia y toca lo que se mueve».

Nuestro ser interior, representado por Odiseo (cuya raíz es: odos, que significa el camino, la vía), Heracles, o Hierocles, quien tiene la clave de nuestro trabajo de desarrollo interior. Diana, que representa a la madre naturaleza; Ceres, la dispensadora de la vida, de las semillas que nos proporcionan los alimentos físicos y espirituales; etc.; pero además de ese precioso legado, nos dejaron las leyes con la que funcionan nuestras instituciones, el sistema democrático, los cánones de belleza, (la proporción áurea): aplicada a todas las artes y ciencias, y que hicieron de ellos los maestros en escultura, arquitectura y pintura. Sus obras maestras en teatro, en la comedia, en la sátira, y la inigualada tragedia.

Grecia aportó la filosofía, cuyos exponentes máximos fueron: Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes nos legaron las ciencias: la lógica, la ciencia política, la física, la gramática, la ética, la metafísica, matemática, la biología, y la economía. Su filosofía trascendente y elevada, aún no ha podido ser superada.

Nos aportaron la práctica de los deportes, con la creación de los juegos olímpicos y de sus diferentes disciplinas que la humanidad ha copiado. Nos dejaron numerosos vocablos y raíces que forman parte de las ciencias en todos los órdenes.
En esa edad maravillosa es en la que debemos vivir, para emular al rey David, al rey Salomón y a algunos faraones de Egipto.
Época de oro, que también vivieron los Mayas, los Aztecas, los Incas, los Quimbayas, quienes estaban conectados con la Madre Naturaleza, y que aprendieron de ella sus hermosas artes y conocimientos; conocimientos que no están vedados a quienes mantienen la pureza de su alma, para que allí en ese precioso prisma se refleje la luz Divina en todo su esplendor.

Pero, aparte de este precioso texto, descubrí una composición del autor que nos sorprende por su construcción, pues el poema está constituido por dos poemas perfectamente ensamblados y puede leerse unitariamente o como dos poemas separados con sentidos completamente diferentes.
He aquí el poema como fue publicado:
ROSA QUE EL ARROYO LLEVA
Sí es lo mismo; sí es la hora
Vela blanca por un río
existe y debe llegar;
de claro cristalear
mas no es lo mismo que colmen
¡tan dulce!, ¡queriendo a un tiempo
la luz o la oscuridad
quedarse o adelantar!
el hueco que cada día
¡Rosa que el arroyo lleva
cavando va en el erial;
del rosal del manantial
no es igual que el hilo oculto
a la alegría infinita
que ata a la inmortalidad
de los ocasos del mar!
tenga los nudos de rosas
¡Brisa, respiro del alba,
o de espinas de metal.
mano de la eternidad![2]

Si descomponemos el texto en dos poemas, obtendremos:
ROSA QUE EL ARROYO LLEVA
Sí es lo mismo; sí es la hora
Existe y debe llegar;
mas no es lo mismo que colmen
la luz o la oscuridad
el hueco que cada día
cavando va en el erial;
no es igual que el hilo oculto
que ata a la inmortalidad
tenga los nudos de rosas
o de espinas de metal.
Este es el segundo poema, oculto:
ROSA QUE EL ARROYO LLEVA
Vela blanca por un río
de claro cristalear
¡tan dulce!, ¡queriendo a un tiempo
quedarse o adelantar!
¡Rosa que el arroyo lleva
del rosal del manantial
a la alegría infinita
de los ocasos del mar!
¡Brisa, respiro del alba,
mano de la eternidad!
Si hacemos un análisis sucinto, el poema completo tiene un sentido perfecto, y si analizamos a ambos como dos poemas independientes, la belleza de su construcción permanece inalterable; de lo cual podemos concluir que si fueron ensamblados a propósito por el autor, fue un acierto. De ambas maneras, leyendo el texto independientemente, encontramos belleza, armonía y perfección.

Como siempre, ante el genio, nos rendimos a sus pies como lectores y como admiradores de su excelsa obra.
BIBLIOGRAFÍA
JIMÉNEZ, Juan Ramón. Platero y yo. Editorial Losada. Argentina. 1946.
JIMÉNEZ, Juan Ramón. Con la rosa del mundo. Editor La poesía señor hidalgo. Herederos de Juan Ramón Jiménez. 2002. Página 103
