Por Lucila Moro

La egolatría subyace inconscientemente en cada uno de nosotros, siempre rescatándonos a nosotros mismos de alguna manera, a veces desde la ética, la moral, a veces desde la estética y la vanalidad..
Y ahí nos quedamos aferrados de por vida, o al menos lo intentamos, autodefiniendonos y con la certeza de creer saber quiénes somos…

Somos en realidad tantas personas diferentes qué, dependiendo de con quién interactuemos exacerbamos virtudes y defectos que poseemos, que están en nosotros y que nos van cambiando de colores y matices tan variados que los juicios de valores que terceros puedan hacer de nosotros, pueden llegar a ser tan disímiles que si llegásemos a conocerlos, (porque alguien tiene el coraje de decirlo), hasta podríamos llegar a destartalarnos según se trate de virtudes o defectos.
Sobre todo éstos últimos, y entonces sobrevienen las justificaciones o en la mayoría de los casos la negación… Cuantas veces escuchamos: «No, yo no pude haber dicho ésto o haber hecho aquello; ¡Yo no soy así!»
En realidad es muy fácil creer como somos e imposible saberlo con certeza… A veces, cuando alguien se atreve a decirlo y por otro lado tenemos la capacidad de reconocer la realidad, nos provoca la misma sensación del espejo que nos muestra ridículos y desalineados.

Negar esa realidad es como romper el espejo en lugar de aceptarnos y de empezar a conocer lo que no nos gusta de nosotros, para empezar a cambiar y ser mejores.
La soberbia que dan los títulos, la impunidad y el poder que dan los cargos más, la abstracción de la realidad conjugados, hacen de esas personas, seres nefastos, absolutos … Practicantes de justicia hasta en la vida privada y social, (ajena por supuesto… la propia jamás la resuelven).
Convencidos de un poder indiscutible y de una investidura divina andan por el mundo haciendo daño…desconociendo y olvidando el respeto, los valores, buenos modales inculpados por nuestros padres.
