Por Jorge Triviño Rincón

“La lluvia,
mar de arriba,
rosa fresca,
desnuda,
voz del cielo,
violín negro,
hermosura”
PABLO NERUDA
Los fúlgidos resplandores producidos por estallidos repentinos, crean fantasías multicolores al iluminar quietas nubes, suspendidas en el cielo oscurecido y vuelven a opacarse, para estallar de nuevo, como fuegos de polvorín.
—Toc…toc…toc… —Es el canto de sapos y ranas que brota de sus bocas desde un riachuelo tinturado de oro, plata, cobre y bronce.
—En corcel de cristal viene la lluvia —informa un elegante topo.
—Como mañanero canto, son sus risas —notifica una azucena.
—Trae en su corazón la flor de Lis encendida, el emblema de Dios, y el aroma inolvidable de la de la Vida—. Revela un coposo y viril nogal.
—Dame agua reina lluvia —pide un flácido Cactus.
—Bendícenos con tus gotas, más dulces que manzana y vid. ¡Úngenos! Nuestros cuerpos marchitos y secos anhelan caricias de tus magros dedos—. Pidieron en coro los seres del bosque.

Y como un baño de cristal mágico y benéfico, en finas gotas, la lluvia roció de frescura la campiña, llenando de arroyuelos cantarines, grietas, caminos, laderas y rincones.
CAPÍTULO XXII – LIBÉLULAS

—La luna viene en la noche con su corona de lirios —pregona el Alma del río.
—Sus ojos de marinera,
tan puros como el rocío
engalanarán los pastos
—Proclama el Espíritu del bosque.
—Azahar:
Ponte de seda
—Pide un albaricoque.
—Azucena:
Vístete el raso
que te dio una Madreperla.
—Añade Madamisela Verbena.
—Hierbabuena y hierba mora:
Únjanse de aromas y aceites.
—Puntualiza una lechuza.
La luna derrama lumbre caparrosa, sobre la alfombra del cielo y se distiende vagarosa, como un perfume por los poros abiertos del aire, de las montañas y ríos y una hueste de libélulas danzarinas de colores lila, carmesí, violeta, verde esmeralda y zafiro, circunda el riacho habitado por buchones y túrgidos juncos; jugueteando luego como hermosas hadas.

Raudas y veloces, besan la superficie del agua y afloran con súbito primor, reuniéndose después con sus compañeras, arremolinándose en círculos, levitando con donosura y descendiendo, para rozar apenas la cálida agua.
—Son retozonas y juguetonas.
—Como danzarinas graciosas.
—Plumones de luz hay en sus alas.
—El ángel del viento vibra en sus almas.
—Y el soplo de Dios en sus leves y delicados cuerpos—. Fueron los comentarios hermosos de gorriones, cardenales y azulejos, desde sus cálidos nidos.
CAPÍTULO XXIII – LA SERPIENTE

Hasta un arenal de azogue, berilio y zafiro, llega deslizándose Ricardo. A su vientre se le adosan finas piedras a causa de la humedad de su cuerpo.
Una enredadera se eleva desde la cima de una añejo Samán, hasta su elevada copa.
Fragancias vaporosas cunden de uno a otro extremo del campo.
Mimetizada en el boscaje amarillento, descansa María Boa.
Su escamada piel bordada con hilos de oro, con tintes de azabache bruñido, reluce al resbalar con sigilo y silencio entre las dunas de la ardiente arena.
Introduce su cabeza plana en el fondo de una covacha abandonada y se asoma con dilación para observar, hallándose frente a frente con el rostro del caracol.
La serpiente es como luminoso cordel, adornado con dos piedrecillas de diamante.
—¿Quieres entrar? —pregunta el nómada la visitante.
—Para entrar al Alma, basta con que abras tu corazón, y tú ya lo has hecho.
— ¿Sabes? he venido porque sé que tú eres un amante de la verdad y quiero compartir contigo una de las más valiosas enseñanzas…
—Dime, que yo te escucho con todo mi ser.
—Guarda pues con amor, en el lugar más sagrado, en el fondo de tu corazón ésta preciosa enseñanza:
Para conservar la juventud, debes amar a todos los seres que pueblan el Universo, desde la criatura más pequeña hasta la gigantesca galaxia, ya que de esta manera te conviertes en rey y sacerdote. Rey, porque gobiernas todo cuanto está a tu alrededor, y sacerdote porque bendices, y de esta manera, te haces partícipe de la Vida infinita y única…
El viajero se quedó pensativo por unos instantes, mientras meditaba en las palabras de la doncella.

