Por Claudia Fernández Vidal
Blanca y sutil cae la nevisca algodonando tus lapachos en flor…

Así canta una zamba aquí en Jujuy, pero hoy no vamos a ver nieve, vamos a ver ese enorme desierto blanco todo de sal.

Saliendo de Purmamarca, en el camino vas a llegar a un lugar que se llama La Ciénaga, un pequeño pueblito que como carta de presentación tiene una iglesia toda blanca y de adobe que impacta en medio de la inmensidad de la montaña que la rodea, se sostiene en su hermosura doblegando los fuertes vientos que la envuelven y la escarcha generosa que le lava los techos cada amanecer.
Pequeños caseríos con chimeneas de humos blancos y cabritas berreando irán apareciendo, y algún que otro perro, y algún que otro changuito de carita colorada caminando detrás de la madre orillando el camino.



Comenzamos a subir la Cuesta del Lipam, una maravilla de la arquitectura del hombre, que entre sus muchas curvas y precipicios ha logrado amalgamar lo rústico y hostil del terreno con el camino trazado en caracol, que desde su punto más alto 4170 msnm parece dibujado con un lápiz negro y de punta mota, que resalta lo negro de la ruta hasta llegar a la gran recta que te llevará directo a las Salinas Grandes un desierto inmenso de sal que tiene 12.000 hectáreas.

Parece uno de esos lugares donde el diablo perdió el poncho, y de a ratos pensarás también que llegaste a la luna, por lo blanco, por lo árido, porque el horizonte se ha desdibujado también, pero los grandes cóndores que sobrevuelan estos cielos salados planean a sus anchas, desplegando sus alas al viento con los ojitos mirando aquella blancura y declarándose amos y señores de este reino.


En el camino encontrarás algún zorrito qué tal vez anda perdido de su manada, y vicuñas hermosas y de pestañas inmensas, y llamas amarillas y blancas que acostumbradas a los helados días trepan sin ningún problema las cuestas y las quebradas.
Algún lugareño con su puesto de madera a la orilla de la ruta te mostrará sus piedritas talladas y pintadas, sus animalitos construidos en sal, sus ponchos de colores tejidos en telar, las medias de lana de llama tejidas a mano a cuatro agujas.

No hay viento feroz ni amaneceres congelados que le impidan venir a trabajar a los artesanos salineros, en esta ruta rodeada de la inmensidad blanca, aunque su casa quede bien lejos de aquí, si hay que caminar se camina dirán ellos…
La bandera Argentina flamea con fuerza y convicción en estos desiertos. Un restaurant abandonado y todo construido con bloques de sal será una de las pocas construcciones que se verán aquí.


Las Salinas Grandes son una de las tres más grandes de Latinoamérica, tienen unas cuantas piletas trazadas en línea recta con huecos donde el agua es cristalina y turquesa, y desde donde sacan la sal que después usamos para salar la comida y la vida, y ojos de Mar azulinos de tiempos ancestrales.
Caminar sobre este lugar es una experiencia nueva, distinta, hermosa, llena de misterios y de belleza.
Una noche contemplando los millones de estrellas es una experiencia que vale la pena alguna vez en la vida, aunque se te congelen hasta las pestañas.
«Dicen que a veces vuelvo a Jujuy
si el verano me presta un caballo
para trepar los repechos de la nostalgia…»
Zamba Siempre Jujuy de Jorge Hugo Chagra

Gracias por el hermoso viaje!!
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