Mi ventana…ese lujo
Por Claudia Fernández Vidal

Me tocó volver a esta ciudad de la Patagonia Argentina más de 20 años después, ya no como egresada sino como residente. Un destino helado pero lleno de contrastes que vale la pena conocer, por algo dicen fue elegida como una de las ciudades con mejor calidad de vida de la Argentina.
Un lugar que ya siento como una de mis casas, como uno de mis lugares queridos.
Los cables que atraviesan la calle de lado a lado se han ido convirtiendo en hilos blancos donde no hay pájaros pero si alguna que otra lechuza con sus ojos enormes oteando la noche, toda la noche. La calle en pendiente también está toda blanca y el pequeño bosque de arrayanes de la vereda de enfrente ha pasado del verde al blanco azulado. La luna se ve brillante pero chiquita porque el frío y la nieve parece que la hubiesen contraído.

Está nevando y desde mi ventana el espectáculo de esta noche blanca es un lujo para los ojos. Así pasan casi todas las noches en esta ciudad cuando nieva, incluso cuando cae la última nevada casi rozando el verano, la que por estos lados llaman la nevada de los tontos.

Bariloche está dentro de la ciudad de Rio Negro y es una de las más pobladas de los Andes patagónicos.
Hoy te cuento de un lugar que queda cerca de la ciudad: la COLONIA SUIZA, una pequeña comunidad de artesanos donde llegaron hace muchos años los primeros inmigrantes desde Suiza.
Todavía se conservan las primeras casas con su arquitectura tan particular, la escuela y sus chacras de frutos rojos y los chocolates típicos de la Abuela Goye. Hay un patio de comidas al aire libre donde se puede comer el Curanto típico de los Andes Chilenos, café de especialidad, chocolate artesana, bombones y licores artesanales.
Colonia Suiza tiene sus calles de tierra y está custodiada por la montaña que tiene senderos por donde podes subir hasta algún refugio de montaña después de varias horas de caminata y quedarte a dormir ahí, la trepada es intensa pero la belleza del camino es inigualable.


El frío aquí se siente bastante poderoso. Llegando a la primavera todo se cubre de flores amarillas y parece que los árboles explotaran en verdes. El lago que bordea la montaña se ve verde turquesa, es tan transparente el agua que se puede ver hasta el fondo. Parece cosa de locos pero aquí vas a disfrutar tomar el sol en la playita con la campera inflable puesta los días donde el viento no sea tan arrabalero solo por el placer de sentir el sol en la piel.
A final de la tarde podés disfrutar de una cerveza helada artesanal con espuma alta como para la foto en la cervecería de la zona directo de la fábrica. Al final de la calle principal hay que cruzar el puente que te lleva a un camino largo y hermoso para hacer trekking, vas a caminar rodeado de árboles y pinos centenarios y el milenario silencio de la montaña.

El viento susurra despacito una historia de siglos. El golpe de las zapatillas se escucha en el silencio de la tarde. El sendero siempre te lleva hasta la próxima parada. A los lejos se siente el golpe del agua en las rocas enormes del río. Dicen que el agua rompe la roca, no tanto por la insistencia sino también por la paciencia…Casi cae la noche y ha comenzado a neviscar. La ventana de casa me muestra una vez más la misma escena.

