Primera parte
Por Lucila Moro

Mi nombre es Esteban y mi vida comenzó un 27 de febrero del 2000. Mi abuela, mi roca, mi primer amor, me recuerda ese día con una ternura inquebrantable. Ella es la mujer que, a sus 42 años, se convirtió en mi faro, mi madre y mi mejor amiga, demostrando que el amor no conoce de títulos, solo de entrega total.
Desde muy chico, mi camino estuvo lleno de desafíos. Mi padre eligió no estar, y aunque mi madre luchó, el destino la llevó a formar otra familia. Pero en medio de esa ausencia y ese cambio, mi abuela se alzó como mi pilar.
Con ella aprendí el verdadero significado de la fortaleza y la perseverancia. Su amor incondicional fue el motor que me impulsó a seguir adelante, paso a paso, hasta convertirme en el hombre de 25 años que soy hoy. Le debo mi vida, mi alma y la esperanza que aún late en mi pecho.
La Tormenta y la Semilla de Esperanza.

Pero la vida, en su compleja danza, nos ha puesto a prueba. Sé que este momento, abuela, es de un dolor inmenso, profundo y preocupante para ti, para mí y para toda nuestra familia. Las adicciones son una sombra que hoy se cierne sobre nosotros, un flagelo que toca a tantos hogares.
Pero escúchame, abuela, y escuchen todos los que viven esta pesadilla: en medio de esta oscuridad, hay una luz, una semilla de esperanza.
Sé que has intentado hablar conmigo, y quizás no quise escuchar. El dolor de verme caer te llevó a una profunda depresión, un grito silencioso de tu alma. Hoy, mientras te recuperas con la ayuda profesional, quiero que sepas que ese esfuerzo no es en vano. Cuidar de ti misma no es un acto de egoísmo, sino la fuente de fuerza que necesitamos para salir de esto.
El mensaje de mi internación, abuela, es ese rayo de luz. Es mi decisión de luchar, de enfrentar este abismo y encontrar el camino de vuelta. Entiendo tu ansiedad y la angustia de la incomunicación; es una parte dura del proceso, pero es vital para que pueda concentrarme en sanar.
Mantén tu fe, abuela. Estoy recibiendo la ayuda que necesito.

