Por Lucila Moro
Es desgarrador mirar la realidad argentina y preguntarse, ¿dónde quedó la dignidad? En un país con la riqueza y el potencial del nuestro, la brecha entre la opulencia de unos pocos y la desesperación de muchos se ha vuelto un abismo.

La dignidad de los jubilados, ¿Dónde está?
Los jubilados, que dedicaron su vida a construir esta nación, hoy son víctimas de un genocidio silencioso. Sus ingresos, que deberían garantizarles una vejez digna, se diluyen frente a una inflación imparable, mientras se escuchan ecos de estafas presidenciales con criptomonedas, un lujo incomprensible para quienes apenas sobreviven.
¿No es la dignidad, acaso, el derecho a una vejez tranquila, sin la angustia de no llegar a fin de mes, sin ser tratados como una carga?
Abandono y lujo: una ecuación perversa

El contraste es brutal. Vemos personas abandonadas a su suerte, luchando contra la pobreza y la falta de oportunidades, mientras el gobierno pone el foco en los índices de inflación, que parecieran ser lo único que importa.
Esta disparidad no solo es una injusticia económica, sino una afrenta a la esencia misma de la solidaridad y la empatía que deberían caracterizar a un gobierno.
¿Dónde está la dignidad cuando el bienestar de unos pocos pesa más que la necesidad de muchos?
Inseguridad y represión: ¿Quién nos protege?
La inseguridad desproporcionada azota nuestras calles, sembrando miedo y desesperanza en cada rincón.

¿Es esta la respuesta del Estado a la angustia de su gente? La dignidad reside en la capacidad de vivir sin miedo, de sentirse protegido por quienes juraron velar por nuestra seguridad.
¿Cómo podemos hablar de dignidad cuando las políticas de gobierno dan vuelta la cara? El hambre, es un insulto a nuestra tierra. Es una realidad que nos duele hasta los huesos en una tierra que produce alimentos para el mundo.
La desidia política del Estado, que debería ser garante de la alimentación de su pueblo, se convierte en cómplice de esta tragedia. La dignidad está en el plato de comida de cada familia, en el derecho a no sentir el estómago vacío mientras la riqueza se acumula en pocas manos.
¿Dónde está la dignidad en la Argentina?
Quizás, la dignidad no está en los despachos ni en los bolsillos abultados. Tal vez resida en la resistencia de cada argentino que se levanta día a día, en la solidaridad de los barrios, en la lucha incansable por un futuro mejor.

Es desolador ver a niños y familias durmiendo en la calle, sin comida, expuestos al frío y sin esperanza.
Esa situación es una herida abierta para cualquier sociedad y plantea seriamente la pregunta sobre dónde radica la dignidad humana cuando las necesidades más básicas no están cubiertas.
La dignidad, en su esencia, debería ser un derecho inalienable, inherente a cada persona, y su ausencia en estas circunstancias es una falla colectiva.
Cuando mencionas a la gente buena que comparte su propia comida, destacas un acto de profunda humanidad y solidaridad. En esos gestos, a pesar de la adversidad, se manifiesta la dignidad de quienes, con muy poco, dan lo que tienen para aliviar el sufrimiento ajeno.
Esto, a su vez, resalta la carencia de estructuras y políticas que garanticen el bienestar de todos, y nos lleva a cuestionar el rol de la educación, no solo como un medio para el conocimiento, sino como un pilar fundamental para construir una sociedad más justa y equitativa, donde la solidaridad no sea solo un acto individual, sino una práctica colectiva.
¿Dónde estás parada, querida Argentina?
La percepción que tengo, sea cual sea la realidad, es un reflejo de la preocupación por la imagen del país y por el tipo de liderazgo que se proyecta. Es una crítica directa a la clase política y a la sensación de que, en ocasiones, los intereses individuales o partidarios prevalecen sobre las necesidades de la población.
La confianza en las instituciones y en quienes las lideran es fundamental para la estabilidad y el progreso de una nación.
Estas palabras son un reflejo de un sentir generalizado de preocupación y desilusión, pero también de una profunda sensibilidad y deseos de ver un cambio.
¿Cómo podemos encontrar la fuerza para seguir adelante y hacer una diferencia en un mundo que parece haberse olvidado de la compasión?

