Por Julieta Paz

¿Qué hubiera ocurrido si Guadalupe Cuenca y Mariano Moreno hubieran tenido la disponibilidad de comunicarse como lo hacemos hoy en día? Sin misivas que demoraran meses, la ansiedad y la angustia de saber lo que había ocurrido habrían sido un suplicio más breve para Guadalupe. Habría conocido el destino de su esposo mucho antes, con la certeza de un escenario que ni siquiera podía imaginar. La falta de respuesta no se debía a la falta de amor, sino simplemente a que era imposible.
Él era el primero de nueve hijos; su padre era español y su madre, una mujer educada de este lado del mundo. Ella, por su parte, era huérfana de padre y estaba protegida únicamente bajo el ala de su madre. Se conocieron cuando ella se encaminaba al destino de ser monja y él también a la vida religiosa.

Como si se tratara de una novela, un día él entró en una tienda donde encontró un camafeo con un retrato. Mariano se enamoró. Le preguntó al vendedor si aquella muchacha era real y al escuchar que se trataba de Guadalupe Cuenca, la buscó hasta encontrarla. Dicen que cuando sus miradas se cruzaron, supieron que estaban enamorados.
Se casaron en 1804 en Chuquisaca, yendo en contra de lo que se esperaba. Mariano se recibió de abogado y, con una llama ardiente en el pecho, compartieron lecturas y pensamientos apasionados. Pronto, Mariano la contagió con su pasión por los acontecimientos políticos. Moreno anhelaba una América Latina libre, ansiaba liberarse del reino que oprimía al pueblo. Jugaba con pensamientos peligrosos y se ganaba tanto amigos como enemigos. El territorio se dividió en distintas facciones con diferentes intereses y el abogado perseveraba con su pluma, sus estudios, sus preciados libros y su familia; había tenido un hijo con su amada esposa, el pequeño Marianito (1805).

De regreso a Buenos Aires, se unió como secretario a la Primera Junta de Gobierno junto Juan José Paso. En ese cargo se enfrentó enconadamente al presidente de la Junta, Cornelio Judas Tadeo Saavedra. Debido a estos desacuerdos, renunció a su cargo. Más tarde se le notificó que debía partir a Gran Bretaña en una reunión diplomática. Fue un exilio disfrazado, manchado de disputas de intereses, que significaba la separación de su familia durante unos días, meses o años.
Poco después de la partida del barco, una caja siniestra llegó a la casa de los Moreno; contenía guantes de encaje negros, un abanico y un velo de luto. Guadalupe quiso ignorar aquella amenaza, aunque era evidente lo que querían transmitirle. A pesar de sus temores, comenzó a escribirle cartas a Mariano siempre que podía, una más desesperada que la anterior. Sus misivas estaban llenas de relatos de su vida cotidiana, de su familia y sus amigas que la acompañaban. Le hablaba de su hijo Marianito, de lo que estaba aprendiendo y le expresaba su urgente necesidad de volver a verlo. Sin embargo, ninguna de sus cartas obtuvo respuesta. A pesar de las terribles sospechas que tenía, Guadalupe seguía enviando cartas, plagadas de desesperación, celos, incertidumbre, desolación y, de vez en cuando, una chispa de esperanza, pero siempre expectante e incrédula ante la falta de respuesta.

La verdad era que Mariano había fallecido de forma misteriosa; todo apuntaba a que se había enfermado en el barco y su cuerpo fue arrojado al mar. Otras versiones acusaban a Saavedra, y con el ominoso mensaje en la caja de guantes fúnebres, parecía que el destino de Moreno ya estaba sellado. Mientras Guadalupe seguía compartiendo con Mariano cómo sus amigos caían, cómo sus conocidos eran encarcelados o perseguidos de alguna manera, también le proporcionaba información actualizada sobre los cambios políticos en la región. Estaba al tanto de todo y esperaba que esa información le fuera útil a Mariano dondequiera que estuviera.
Fue un 14 de marzo cuando Guadalupe ya no recibió respuestas; el cuerpo de su marido yacía en el océano Atlántico desde hacía diez días, pero ella solo lo supo hasta mucho tiempo después. Así, Mariano solo vivió 32 años falleciendo a bordo de la fragata inglesa Fame.

El testimonio de su hermano, Manuel Moreno, quien lo acompañaba en el viaje, insinúa que la causa de su deceso fue una convulsión provocada por la administración de un medicamento por parte del capitán del barco. Este medicamento, en concreto, un antivomitivo que contenía antimonio, un elemento químico que con el tiempo se catalogaría como venenoso, fue el catalizador de esta tragedia. A pesar de que Manuel Moreno planteó la hipótesis de que su hermano fue víctima de envenenamiento por orden de Cornelio Saavedra, esta teoría no ha sido corroborada.
El relato se complica aún más debido a la presencia de ciertos indicios misteriosos. Mariano Moreno, siendo joven y de salud vigorosa, mantenía enemistades políticas notorias. Esto plantea una serie de interrogantes: ¿Las autoridades de la época tenían conocimiento de la defunción de su representante diplomático? Y si lo sabían, ¿por qué no comunicaron la noticia a su esposa?

El «exilio camuflado» de Moreno dejó una profunda huella en el corazón de María Guadalupe, como se evidencia en las cartas desgarradoras que le envió sin obtener respuesta. La aflicción de Guadalupe se intensificaba a medida que tomaba consciencia de que su esposo ya no estaba entre los vivos, lo que convertía sus cartas en un lamento inútil arrojado a las profundidades del océano Atlántico.
En 14 de marzo de 1811, diez días después del fallecimiento de Moreno, Guadalupe le escribía:
«Mi querido y estimado dueño de mi corazón, me alegraré que lo pases bien y que al recibo de esta estés ya en tu gran casa con comodidad y que Dios te dé acierto en tus empresas; tu hijo y toda tu familia quedan buenos, pero yo con muchas fluctuaciones y el dolor en las costillas que no se me quita y cada vez va a más; estoy en cura, me asiste Argerich, se me aumentan mis males al verme sin vos y de pensar morirme sin verte y sin tu amable compañía, todo me fastidia, todo me entristece, las bromas de Micaela me enternecen porque tengo el corazón más pa llorar que pa reír, y así mi querido Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o si no haceme llevar porque sin vos no puedo vivir, la casa me parece sin gente, no tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? no hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acordate que tenes una mujer fiel a quien ofendes después de Dios……».

En una segunda carta Guadalupe continuaba:
«Mi amado Moreno de mi corazón: me alegraré que lo pases bien en compañía de Manuel (hermano de Moreno), nosotras quedamos buenas y nuestro Marianito un poco mejorado, gracias a Dios… ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta el vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho, hasta ahora mis pocas salidas se reducen a lo de tu madre… todo me parece triste, … van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años;… veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando… Solo Dios sabe la impresión y pesadumbre tan grande que me ha causado tu separación porque aun cuando me prevenías que pudiera ofrecérsete algún viaje, me parecía que nunca había de llegar este caso; al principio me pareció sueño y ahora me parece la misma muerte y la hubiera sufrido gustosa con tal de que no te vayas… En la plaza principal están levantando una Pirámide (en referencia a la Piramide de Mayo que se construyó como festejo del primer año de la revolución de mayo)… el cuarto lo he alquilado en doce pesos porque han bajado los alquileres y no hay quien dé más. … Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias…».

Sin respuesta alguna, seguía escribiéndole, 9 de mayo de 1811:
«Mi amado Moreno de mi corazón, me alegraré que estés bueno, toda la familia queda buena, pero yo penando siempre con los dientes, y el dolor en las costillas, que unos días más, otros menos, me mortifica mucho, y algunas veces me hace desconfiar de volverte a ver; esta memoria me deja sin sentidos, de pensar morirme, desamparada de mi Moreno, del único consuelo que tengo, del único padre, y del marido más querido de su mujer… yo no aspiro más que a estar a tu lado, servirte, cuidarte, y quererte cada día más de lo mucho que te quiero, toda mi felicidad se funda en que vivas; y yo a tu lado, y así, día y noche, te encomiendo a Dios, para que te dé muchos años de vida, y nos veamos pronto; no me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo las promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel, porque a la hora que empieces a querer a alguna inglesa adiós Mariquita, ya no será ella la que ocupe ni un instante tu corazón, y yo estaré llorando como estoy, y sufriendo tu separación que me parece la muerte, expuesta a la cólera de nuestros enemigos, y vos divertido, y encantado, con tu inglesa; … ya hace tres meses 17 días que te fuistes, por Dios Moreno escribime a menudo y date un lugarcito para leer mis cartas, aunque disparatadas, y no las tires sin leerlas, acordate de tu Mariquita que te quiere más que a sí misma y sobre todo lo que hay en el mundo; nuestro Marianito está muy mejor del empeine que tenía en la cabeza … los médicos Argerich y Capdevila decían que tenía lombrices … tu madre, aunque viene todas las noches, no le gusta que pasen días sin ir Mariano a su casa … cuando estaré a tu lado, ay mi Moreno de mi corazón, no tengo vida sin vos, se fue mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir y si quieres que viva venite pronto, o mandame llevar. El cuarto lo alquilé a un inglés para almacén y había sido ladrón, lo prendieron a los ocho días, y me han venido a tomar declaración….»

El 9 de junio de 1811, en una nueva misiva, escribía Guadalupe Cuenca:
«…se cumplen cuatro meses, dieciocho días, de tu salida, y todavía no tengo el consuelo de recibir carta tuya; unos ratos le pido a Dios paciencia para esperar tus cartas y tu vuelta, otros ya me parece que me has olvidado…desahogo mi corazón con llorar; no tengo más desquite que mis lágrimas, pero después de atormentarme con estos pensamientos, te pido perdón, y me acuerdo lo que siempre me decías que siendo yo buena con vos lo habías de ser conmigo: sí, mi amado Moreno, sí lo soy y lo seré hasta mi muerte, pero mi querido Moreno si ves que tu comisión es para largo tiempo mándame llevar … nuestro Mariano sigue en la escuela, sabe de memoria poco menos de la mitad del catecismo, anoche se echó a llorar, le pregunté de qué lloraba, y me dice, ay, mi madre, dónde estará mi padre… El Paraguay ya se ha unido con nosotros, lo han tomado preso a Velasco y otros, y piden a Belgrano porque es precisa su persona para dirigirlos en el Paraguay…».

El 21 de junio la viuda de Moreno volvía a dirigirse a su amado:
«Mi querido Moreno de mi corazón: … ya te puedes hacer cargo cómo estaré sin saber de vos en tantos meses que cada uno me parece un año, cada día te extraño más, todas las noches sueño con vos, ah, mi querido Moreno, cuántas veces sueño que te tengo abrazado pero luego me despierto y me hallo sola en mi triste cama, la riego con mis lágrimas, de verme sola, y que no solo no te tengo a mi lado sino que no sé si te volveré a ver, y quién sabe si mientras esta ausencia no nos moriremos alguno de los dos, pero en caso de que llegue la hora sea a mí Dios mío, y no a mi Moreno, pero Dios no lo permita que muramos sin volvernos a ver«
El «vía crucis» de Guadalupe se reflejó también en esta última carta del 29 de julio de 1811
«Mi amado Moreno, dueño de mi corazón: me alegraré que estés bueno, gordo, buen mozo, y divertido, pero no con ninguna mujer … no dejes de escribirme todo lo que te pasa, ábreme tu corazón como a tu mujer e interesada en todas tus cosas; basta de guardar secretos a mí, cumple con tus obligaciones de cristiano, no te olvides de mí, ve modo de que nos veamos pronto allá o aquí, porque sin vos no puedo vivir; … en vos solo, después de Dios, está todo mi pensamiento, … y si no te parece mal que te diga, que me es más sensible a mí que a vos, porque siempre he conocido que yo te amo más, que vos a mi, perdóname, mi querido Moreno, si te ofendo con esta palabra, no tengo más que decirte, recibe memoria de todas, y dáselas a Manuel; tu hijo está estudiando a ayudar misa, procura que nos veamos pero me parece que aquí no puede ser, porque cada día va peor, hazme llevar; adiós, mi Moreno, no te olvides de mi, tu mujer María Guadalupe Moreno… Dios me dé paciencia».

En el mes de agosto de ese año, Manuel Moreno, hermano del prócer, avisó a su cuñada que Mariano había fallecido en alta mar. La noticia la desmoronó, pero al menos le sirvió para entender por qué su amado esposo no contestaba sus cartas.
Guadalupe sobrevivió al difunto cónyuge cuarenta y tres años, falleciendo el 1 de septiembre de 1854, cuando la Argentina ya había ingresado en su etapa de organización nacional al amparo de la Constitución sancionada en 1853.

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