Los cambios a través del tiempo en el concepto de infancia.

Por Lucila Moro

El concepto de niñez se presenta como una construcción socio-histórica. Se analizan los periodos claves que determinan la concepción contemporánea de niño.

Tal vez la función esencial de la familia es producir sujetos aptos para su sociedad. Ahora bien, como el «perfil» de los sujetos varían de acuerdo a la época, es de esperar que los lineamientos de esa «producción de niños» también lo haga. Eso está íntimamente ligado al concepto de «infancia» (las intervenciones institucionales que, actuando sobre los infantes y su familia, producen lo que cada sociedad llama «niño») vigente en cada época. Si comparamos, por ejemplo, el concepto de infancia en el medioevo, en la modernidad (siglo XIX y principios del XX) y la época actual.

Al parecer la noción de infancia no es (ni ha sido) un concepto fijo. En realidad, varía enormemente en la historia y entre las culturas. Se argumenta que antes del siglo diecisiete, la infancia no era un concepto reconocido. Fue solo en algún momento entre 1600 y el siglo veinte que el término niño empezó a tener su significado actual.

Uno de los hechos más significativos del niño en el medioevo es que no hayan quedado registros acerca de él. Cuando por razones religiosas debía hacérselo, el niño aparece como un adulto en miniatura. Esa ausencia de representación se debe a que la realidad infantil en la Edad Media no merecía atención. No había educación sino aprendizaje del joven que convivía con adultos, de quienes aprendía ayudándolos.

La separación del mundo de los niños del de los adultos era ignorada, ambos convivían mezclados en una vida social consolidada por fuera de la familia. No había juegos, ni juguetes, ni vestimentas especiales para niños.

La mortalidad infantil era elevadísima, se engendraban muchos hijos para conservar sólo algunos.

Esta alta tasa de mortalidad era una de las razones por las cuales se trataba a los niños con indiferencia emocional. Cuando los índices de sobrevivencia aumentaron, los padres empezaron a tratar a los niños con más interés y afecto.

La infancia era así un pasaje sin importancia. El niño era la forma inmadura de un adulto no demasiado interesante ni merecedora de trato especial: había que soportar ese estado hasta su maduración.

Aun cuando pueda parecernos extraña, esa concepción de infancia es coherente con la sociedad medieval que concebía que el Mundo Sagrado estaba ya creado y no era posible cambio alguno a lo «ya dado». La infancia medieval productora de niños, una versión pequeña e insuficiente de un adulto, produjo excelentes sujetos para el no cambio.

En la de transmisión generacional el niño entra en la cadena como un pequeño adulto del que sólo se requería que preserve la continuidad.

Investigadores explican que, en la sociedad medieval, a la edad de siete años los niños actuaban y eran tratados como pequeñas versiones de los adultos los «mini adultos”.

En la sociedad moderna pos medieval, los niños no se asociaban con ciertas maneras específicas de hablar o con determinadas actividades (tales como juegos, canciones, exploración) y eran más bien introducidos al mundo adulto a edades tempranas a través de la explotación sexual y laboral.

El concepto de infancia en la modernidad es muy diferente.

El niño es concebido como inocente, sin maldad ni sexualidad. Por ello es pensado como frágil e indefenso y debe ser protegido del desvío de los adultos.

A la inversa del medieval, concita al máximo el interés de una familia y una sociedad que lo cuida y lo educa para que «se forme bien». Es una «promesa de futuro». Si se lee eso como una negación, el niño sólo cuenta en tanto lo que será. El paradigma fundador de la modernidad fue el del progreso. En su misión de formar al niño, «el hombre del futuro«, la familia moderna fue asistida y controlada por decenas de instituciones.

La infancia moderna generó así niños excelentes como receptáculo de las proyecciones adultas en búsqueda de un ideal de perfección no ya divino, como en la Edad Media, sino humano.

El niño debía ser en un futuro lo que los adultos no habían sido. La transmisión generacional va así, en la modernidad, de adultos «iluminados» a niños «a formarse» para el futuro.

Así, el estatus del niño como una fase distinta de la existencia humana es relativamente nuevo y surgió alrededor del siglo diecisiete, al mismo tiempo que las reducciones de la mortalidad infantil, cambios en el sistema educativo y la aparición de una unidad familiar separada.

Durante la mayor parte de la historia humana era común que una proporción significativa de los niños no sobrevivieran hasta la edad adulta. ¡Siete de cada diez niños no vivían después de los tres años en la Edad Media!

Alguna evidencia anecdótica de nuestra región relata cierta indiferencia emocional hacia los niños incluso en tiempos recientes. El libro Historia de la infancia en el Chile republicano cuenta que en 1833 los niños no recibían un funeral apropiado y que solo en 1877 el castigo físico fue legalmente prohibido. Hasta entonces, los padres consideraban que el castigo físico para los niños pequeños era aceptable e incluso ¡deseable!.

No obstante, esta percepción variaba según las culturas: los Mapuches, por ejemplo, pensaban que los niños no debían ser castigados pues castigarlos debilitaría su fuerza.

En el siglo dieciocho, el impacto de la industrialización intensificó la explotación de muchos niños. Aunque siempre trabajaron durante la sociedad preindustrial, el surgimiento del sistema fabril sólo empeoro la situación de los infantes trabajadores, ya que muchas de las tareas que hacían eran peligrosas y las condiciones laborales eran insalubres.

Esta situación condujo a una nueva visión durante el siglo diecinueve: el niño como objeto de lástima. Los políticos se alarmaron por las condiciones en las cuales los pequeños trabajaban en las fábricas y establecieron una legislación que controlaría esas prácticas. Fue el primer compromiso serio del Estado moderno con los niños: al controlar las condiciones del empleo infantil y fijar estándares mínimos en estas condiciones, el Estado se convirtió en el árbitro máximo del bienestar infantil.

Hacia fines del siglo diecinueve, la vida de muchos niños todavía estaba dominada por la pobreza y la enfermedad. Sin embargo, la idea de los niños como un objetivo clave de la política se había arraigado firmemente, haciendo camino para la intensa atención que mereció el bienestar infantil en el siglo veinte.

Durante ese siglo, una clara visión surgió en torno a que el bienestar infantil no era solamente una responsabilidad familiar. Cada vez más, los niños eran vistos como una responsabilidad del Estado, que intervenía en su educación, salud y crianza para mejorar el bienestar nacional a través del desarrollo de sus futuros ciudadanos.

Este cambio en el paradigma del siglo veinte se reflejó en algunos hitos en materia de derechos. En 1924, la Declaración de Ginebra sobre los Derechos de los Niños fue el primer texto histórico que reconoció sus derechos, pese a que no era vinculante para los Estados.

En 1946, se creó el Fondo para la Infancia de las Naciones Unidas (UNICEF). Luego de la Declaración de los Derechos del Niño aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1959, la infancia se convirtió en una cuestión esencial en los programas de cooperación internacional y los niños comenzaron a ser vistos como titulares de derechos.

Continuaremos este análisis en el próximo artículo, con la infancia del futuro…

Publicado por vickylm57

Soy docente prof.de Educacion Fisica. Prof de Educación Especial. Prof Emerita de Danzas Cid Unesco Francia Escritora y autora de varios libros. Investigadora en Envejecimiento y cuidados del cuerpo, dictando conferencias, seminarios y clases magistrales dentro y fuera del País.

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