Por Lucila Moro

Los pasos cansados y la frente alta era una ligera contradicción postural. Pero así avanzaba ella en la cola del banco.
El tiempo largo de las esperas en los trámites bancarios, mella los ánimos hasta de los más optimistas. La señora no bajaba la frente. Yo la miraba desde atrás. Observaba sus manos descansar en las caderas. Pero su pecho y frente persistían altivos. Decididos. Convincente. Luego de una hora y media de aguardar pacientemente, llegó a la ventanilla.

Sin escucharse su voz, algo le explicó al cajero, que no entendía.
Volvió a repetir y elevó el tono de su voz – ¡Me dio mal el vuelto Sr.!, fueron las palabras que escuché.
El movió la cabeza negativamente. Ella volvió a repetir su demanda pero ésta vez, con su voz elevada resonó en la buena acústica del banco.
Dos guardias privados se acercaron. Ella los miró y de reojo les dijo – nada tienen que hacer Uds. aquí.
Se dirigió nuevamente al cajero y le entregó el manojo de billetes doblados sobre la boleta de pago, – Falta dinero, le dijo secamente.
Los ojos del cajero mostraron sorpresa y por un instante, también dudas. Ella, como si leyera el mensaje de la mirada le dijo: – no reclamo nada que no me pertenece. Ud. simplemente se equivocó en el vuelto, deme lo que me corresponde, agregó.
El hombre de saco y corbata, bajó sus manos a la caja, retiró dinero y apoyó 120 pesos sobre la boleta doblada. No hubo palabras, pero la mujer cercana a los 80 años dijo en tono afable: –gracias por entenderlo. Y agregó en voz más tenue: – es mi almuerzo del día.

El cajero no concluyó la sonrisa que insinuó. Los guardias privados se retiraron ordenando las cuerdas que demarcan las filas.
Ella, al emprender la retirada, me miró distendida y solo dijo: – disculpe Sr., le sonreí con un nudo en la garganta. El mismo que siempre me nace al apreciar con admiración y respeto a quienes defienden lo propio con convicción, justicia y respeto. Y sí. Soy de los que disfrutan el crecimiento y evolución de los otros.
Cuando aprecio un negocio con gente, o la parrilla del vecino con mesas cubierta de comensales, la familia completa ¡me alegra!
Aquello de desear el bien a las personas, no es fingido o una postura empática. Me brota espontáneo. Sale desde adentro.

No lo llamo generosidad ni bondad. Es simplemente desearle al otro que se cumplan sus sueños.
Todos luchamos por ellos. Alcanzarlos es mérito donde converge algo más que lo individual. Existe una historia de continencia afectiva, hay estudios donde los docentes entregaron su parte, hay tanta gente e instituciones que hicieron su aporte para que hoy brillen los buenos resultados.
Me gusta el concepto humildad en todas las personas. Me representa. Creo y siento que por ahí va «la cosa».
Tanto cuando llegan los logros, como cuando se lucha en soledad por la equidad respetando a todas las personas y especialmente a los Adultos Mayores que nos siguen enseñando.


Excelente, Lucila, su texto en el banco.
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