Por Lucila Moro

Aquella tarde que lo visité, estaba en cama reponiéndose de una afección. Charlamos de temas mezclados, como siempre lo hacíamos y también puntuales, como cuando salió el tema de la muerte. No la esquivamos.
Y como Augusto andaba con un diagnostico incierto, le pregunté:
¿tenes miedo a morirte? Y respondió sereno con una pregunta – ¿pero quien conoce la muerte?. Luego agregó – Son sólo pensamientos, ideas, supuestos.
Si, es cierto que le adherimos emociones tristes, negativas o favorables. Pero a la muerte solo la conocemos como deudos. Como dolidos y sufrientes por quienes nos dejan.
Esa es la muerte mas conocida. Como la de nuestros abuelos, cuando eramos pequeños. La de los seres queridos que no queríamos que mueran o los cercanos, que por alguna enfermedad grave, están mas cerca.
¿Pero sabes una cosa “curiosa”?, todos estamos listos para partir. No por deseos. Sino porque estamos en ese listado abierto y democrático en el que cualquiera persona puede ser. Niñas, niños, jóvenes o ancianos.
¿Qué es eso de creer que a uno no le puede pasar con inmediatez? ¿Quién tiene “coronita”?
Es cierto que los que pueden costear servicios sanitarios quizás puedan eludirla algunas veces y que la pobreza es mas cruel en este aspecto. Pero a la corta o la larga, entre ricos y humildes, la muerte cumple su función. Y decide por nosotros. Es leal. Casi siempre avisa. Nos dá señales, sobre todo cuando andamos olvidadizos u omnipotentes.
La muerte vino a llevarme
Abel Mónico Saravia, La muerte vino a llevarme
no le quise cabrestiar;
peliamos un largo rato
y me le pude escapar.
No te va a gustar lo que diré, pero creo que ella es amistosa. Nos deja ser y hacer, nos dá un tiempo, que siempre creemos escaso y aun cuando llega temprano, permite que dejemos huellas y sentidos.
«Miren qué cosa, la muerte
Abel Mónico Saravia, La muerte vino a llevarme
había sabío perdonar
cuando el hombre se empecina
en quedarse un rato mas.»
¡Eso! nos da la opción de otorgar sentidos para uno y también a los demás. Fijate que los se marchan de este mundo, nos legan enseñanzas y afectos indelebles. Y quedan tan alojados en nuestros recuerdos, que nos acompañan a diario. Mucho mas que cuando estaban vivos. Es cierto que se extrañan los abrazos, las charlas, las miradas, los silencios. Pero las esencias quedan inscriptas. Y andamos con ellas a cuesta. Adonde vamos nos acompañan.
La muerte – me digo a mí –
Abel Mónico Saravia, La muerte vino a llevarme
no es un mal inmerecido;
es el precio que pagamos
por el don de haber nacido.
Igual quedate tranquilo, me dijo Augusto, no creo que sea aún el tiempo de partir. Nos reímos de la incongruencia, callando la certeza de no saber cuando será. Y los dos continuamos, como si nos quedara tiempo y sobre todo, mucho por hacer.
Luego me preguntó, acaso: ¿habrá una mejor forma de morir si no es viviendo hasta el ultimo dia como elegimos vivir?
La vida no vale nada
Abel Mónico Saravia, La muerte vino a llevarme
si no se tiene qué dar.
Mejor que vivir “al cuete”
es morir con dignidad.
