El ajedrez me enseñó a dar pasos cortos
Por Claudia Fernández Vidal

Abro un libro al pasar y sin querer caen desde sus hojas un par de fotos, tienen varios años ya y un leve color sepia, ese color que hermosea algunas cosas en el tiempo.
Pienso entonces cuando miro las fotos que son de un viaje, durante cuánto tiempo se nos queda en la memoria y en el cuerpo el recuerdo de un viaje, de una calle nueva en una ciudad nueva, de aquellos puentes que cruzamos con los ojos llenos de ese color nuevo en ese lugar donde nunca antes habíamos estado, y ahora recorremos. Cuantas serán las horas que me costarán extrañar después la dicha y la alegría de haber vivido un momento, cruzado un río, caminado un museo, tomar sol en un parque hermoso, subir a esa torre desde donde la ciudad parecía pequeña.

Cuantas serán las tardes que café y alfajores de por medio o cenas hechas con gusto compartiré con los amigos cercanos y queridos contándoles esa experiencia nueva, esa anécdota donde me sentí tonta y perdida en otra ciudad, donde me dio placer comunicarme en el mismo idioma con otros en otro lado del mundo.
De qué color se me irá poniendo el alma y los ojos cuando pasen los años y se me venga a la memoria ese viaje en tren a Santiago del Estero cuando saltamos al vagón porque el tren se iba y subimos sin boletos y terminamos viajando sin boletos porque el guarda nunca nos vio.

Con que fuerza volverá esa carcajada cuando recuerde que en Nueva York entré convencida a un lugar dispuesta a recorrer ese museo y resultó ser un hospital !!!… es que en mi provincia chiquita hay hospitales chiquitos en comparación a esas enormes construcciones.
Cuantas noches seguiré recordando la emoción de ver la calle 42 al salir de la Estación Central, las esculturas perfectamente talladas por los griegos donde el blanco impecable del mármol helado me despertó la emoción que no se puede manejar: la hermosura del arte.

El tiempo pasa rápido y está lleno de recuerdos, de curvas y montañas hermosas como en la Puna, de luces, de noches donde los grillos fueron concierto en los valles silenciosos, del blanco puro y absoluto de los salares.
El tiempo se lleva bien con los recuerdos y los viajes, y se acomoda en ese espacio entre el corazón y la garganta, y de vez en cuando nos produce un intenso suspiro. Y esa es la nostalgia, que casi se siente como volver a estar ahí. Otra vez.




