AEROPUERTOS y ESTACIONES

Por Claudia Fernández Vidal

Ese submundo donde pasa un montón de vida


Ella está por despegar quizás consiga un pasaje en la borda… Charly García


Estoy hace varias horas dentro del aeropuerto en Ezeiza, Buenos Aires. Mi vuelo a Nueva York recién parte a las 12 de la noche y hay que esperar.

En la espera que fue larga pero a la alegría no le importó nada, tomé capuchino, comí medialunas y chocolates y paseé con mi valija de un lado al otro. Leí, miré la lluvia sin pausa durante el día y dibujé en los vidrios empañados. Hice control mental para manejar el miedo a volar y sentí cosquillas en la panza de solo pensar, y también pensé en desistir…

Un concierto de violines y chelos hace la tarde mágica, ese arte que gracias a gestiones del gobierno se puede disfrutar ahí. Hay un montón de gente y seguramente cada uno tiene una historia diferente, a mi me gusta imaginar esas historias que cargan. Casi puedo sentir la emoción de los abrazos, las despedidas, los reencuentros, porque yo se de que se tratan.

En una estación de tren en Brooklyn cuatro chicas morenas y de ropa de colores esperan en silencio y miran la pantalla del celular sin pausa. Un poco más allá, un chico toca el saxo y el sonido envuelve ese túnel forrado de azulejos blancos de un aire distinto. No sé nada de saxos pero la música que toca es bellísima, esos seres virtuosos, idóneos y libres que van por el mundo con su arte a cuestas.

Amanece con sol en Tilcara y el colectivo que está a punto de partir a Iruya se va llenando de gente, mochilas y alguna que otra gallina. Un viejito prende un cigarrillo y le da un par de secas bien profundas antes de subir.
Un bebé gordito y de ojos negros mira contento desde el hombro de su mamá que casi es una niña, y ella lo acurruca bien antes de darle el abrazo al papá que se queda a trabajar parece.

Muchos sellos y controles en algunos países, gente de todos los lugares del mundo espera su turno antes de pasar por los rayos que detectan cosas raras que pueden llevar adentro, que suerte que algunas cosas no se notan, no se ven, no hay rayo láser que las mueva de ahí…las verdaderas.

Abrigarse en la parada del colectivo, antes de subir al tren, al avión, al barco, palpar los documentos y los pasajes, volver a buscarlos cada vez que pienses que no los tenés. Inventar historias con la música sonando en los auriculares y convertirte en una historia que canta, que se despide o que regresa.
Despegar es como soltar …. si, me voy. Y ya estoy respirando hondo antes de subir al avión. Me llevo todos los cafecitos de la tarde y un montón de imágenes que después te puedo contar. Hoy las escribo para ustedes.

Publicado por calaviajera

Claudia Gabriela Fernández nació en la provincia de Tucumán. Diseñadora de Interiores de la Facultad de Artes de la UNT. Chef. La escritura es un camino que decidió incursionar frente a grandes interrogantes que se fueron sucediendo en su vida. Asistió y participó de talleres y antologías en la provincia de Tucumán. Su primer relato seleccionado fue en el año 2015 para Editorial Dunken en el libro A la Luz de los Caireles. En el año 2017 obtuvo la mención especial en el primer concurso de cuentos Eduardo Perrone organizado por el colectivo cultural independiente ESCUCHARA. En octubre de 2018 presentó su primer libro, POCHO Y LA UBALDINA UN PÌCARO DUENDE SOÑADOR, audio libro que va acompañado por una obra de marionetas. Proyecto con el que incursiona en escuelas y colegios con presentaciones para niños. Participó de la Expo Libros Salta en el Cabildo en el 2019 invitada a presentar también allá su libro. Cursó un postgrado de Escritura y Creatividad en la FLACSO Argentina, Facultad latinoamericana de ciencias sociales, una Diplomatura de cine argentino ficción y realidad en la UBA, y un taller de Dramaturgia que le ha dado las herramientas para el próximo proyecto, una comedia teatral. En diciembre de 2019 presentó su nuevo libro Historias Mínimas de un día Cualquiera en la casa Succar.

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