Por Claudia Fernández Vidal
Buenos Aires es casi como el primer amor. Es una ciudad hermosa para caminar y descubrir la historia en sus edificios de arquitectura del siglo XIX. Tiene una de las avenidas más anchas del mundo, la 9 de Julio, y el Obelisco que emerge soberbio en medio del bullicio permanente y el tráfico desordenado.





Fui muchas veces pero con los años aprendí a mirarlo diferente. Los balcones antiguos de los edificios centenarios me van mostrando todo el esplendor de los viejos tiempos, o el principio de todo.
El teatro Colón y su maravillosa arquitectura, su acústica perfecta según los grandes tenores del mundo, su historia a cuestas y su arte son dignos de visitar.


San Telmo y sus calles adoquinadas, su olor a tango mezclado con el nuevo arte que van imponiendo los artistas más jóvenes. La Boca, Caminito, la cancha de River, los bosques de Palermo. La calle Corrientes y las luces de los teatros brillando por las noches. El puerto, Puerto Madero y todo lo nuevo y lo reciclado y revalorizado.





Tomar un café con crema en las galerías Pacífico con su cúpula llena de arte son pequeños gustos para darse en esta gran ciudad donde se vive a un ritmo más acelerado que la mía.


Las noches simples en los barrios, que no son 100 como dice el tango, la pizza más rica del mundo, las medialunas de manteca impagables, el café junto a los amigos en los barcitos nuevos y minimalistas.
Los puestos de flores en las esquinas, los puestos de diarios, los trenes.

El Río de la Plata y el inmenso reflejo de la luna sobre el agua en las noches cálidas de verano. El frío húmedo de los inviernos. El Cabildo y la Plaza de Mayo.




Perderse en las grandes librerías y olvidarse del ruido. El arte, la gente, los aviones que pasan bordeando los cielos de las avenidas. Desde aquí podes descubrir ese enorme y loco Buenos Aires.
A mi me encanta, para ver, pasear y disfrutar. Yo iría siempre.
