Volcán – Jujuy – (3° entrega)
Por Claudia Fernández Vidal

Después de curvas bien abiertas y cadenas de nubes que se mezclan con los verdeazules de esta cadena montañosa llegás a Volcán, un encantador pueblo que tiene todavía las construcciones en ruinas de la antigua estación de ferrocarril que ahí funcionaba.

Entre sus galerías se puede imaginar todas aquellas personas que partían a conocer más allá, porque estar aqui es estar aquí en toda la palabra, con sus calles de tierra, sus casas de barro y adobe y los pintorescos carteles que anuncian empanadas calientes de horno de barro, sopita de verdura y quinoa, pan amasado con mucha grasa, miel de abejas recién exprimidas jajajaja, api, duraznitos y choclos recién cosechados.

Entre el pueblo y la vieja estación aún se encuentran trenes abandonados, rieles de acero y madera curtidos por el tiempo y amontonados en pilas llenas de recuerdos del pasado.
Una canchita de fútbol de tierra bien apisonada termina con la montaña como espectadora inmensa de esos picaditos donde los changuitos juegan todavía con guardapolvos blancos cuando salen de la escuela. También podes encontrar aquí un mercado donde los artesanos del lugar venden sus ponchos de lana de llama, guantes, gorros, maderas talladas y verduras frescas directo de la huerta propia que muchos tienen.

El aire es limpísimo igual que el cielo, las noches son heladas y las estrellas brillan incandescentes en el cielo. De noche una oscuridad perpetua se apodera de este lugar, un silencio que solo se rompe con la llegada del alba con algún gallo cantando a cuello lleno.
Volcán es más que un lugar de paso, es un pueblito para caminar y disfrutar volviendo al silencio, jugando a encontrar formas a las nubes y pelear con el viento helado para que no te robe el sombrerito de lana, y en febrero carnavalear y esquivar esos diablos llenos de espejitos de colores, que entre bailes y vino tinto a lo mejor cuentan lamentos de verdades ancestrales.



