Por Emilia Baigorria

Cerrillos (en Salta) lo vio nacer el 14 de Agosto de 1.918. Ese lugar fue su cuna como un cesto tejido con hilos de doble eternidad. Una, cuando regresó buscando el descanso definitivo con el que se encontró el 19 de Julio de 1.980, día que el cielo no pudo esconder su tristeza y mostró su ropaje negro oscuro para abrirse luego en un azul infinito por la gloria de su poesía. Ese día selló su nombre con esa Jota inmensa: Manuel José.
Fueron sus padres Anselmo Castilla y Dolores Mendoza Diez Gómez. Su padre ferroviario y Dolores, construyeron un hogar verdadero, ése donde el fuego arde lento pero a la vez intenso, fuego que devuelve sin siquiera tiznar los hilos de la memoria. Con los años reeditó la tibieza de ese hogar con María Catalina Raspa, su mujer.
Manuel trabajó como titiritero, arte que continúa su hijo Guaira quien es considerado en su maestría de guante uno de los más importantes de habla hispana, reconocido en nuestro continente y Europa.
Nuestro poeta trabajó desde muy joven en el diario salteño El Intransigente permaneciendo en esa tarea durante más de tres décadas. Compartió la redacción de columnas con otros insignes poetas Miguel Ángel Pérez, Walter Adet, Raúl Aráoz Anzoátegui, Jacobo Regen.
Entre tantas personas que poblaron su universo estuvieron los pintores Luis Preti (quien llevó al óleo el rostro del poeta y en lápiz su obra “Manuel”) Carybé, Juan Carlos Dávalos, “Pajita” García Bes, Raúl Aráoz Anzoátegui.

De ese tiempo de periodismo el poeta, escritor y editor Alejandro Morandini reunió en el libro El Oficio del Árbol la valiosa producción prosística de Manuel. Su palabra engalanó las páginas del diario para privilegio de sus lectores. Algunas referencias: “Cuando de noche vemos la ciudad/ desde la cumbre del cerro, / nos parece que alguien desparramó/ las brasas de un enorme fogón” o “En la soledad de tus ojos se oscurecía el sueño” de la Página Cultural del Intransigente, 15/11/40
Hacia el año 1941 escribió “Breve historia de un hombre”, “Una ciudad soñada”, “La luna dormida” “Estampas de la Primavera” y muchas otras. En 1942 escribió “Abra Pampa”, “Salinas Grandes”, En 1943 “Enfoques de Yacuiba”, “El árbol y la gaviota”, “Motivos de la tierra” y siguen.
La producción que reúne Morandini comienza en 1939 y llega hasta 1.960.
Hacia 1943 junto a un grupo de poetas, artistas, ensayistas, filósofos y otros con diferencias culturales pero guiados por un mismo objetivo constituyeron el grupo La Carpa, los poetas y artistas que lo conformaban estaban ávidos de identidad. Raúl Galán, siguiendo los preceptos acostumbrados por los nuevos grupos redactó el manifiesto reafirmando el carácter telúrico en relación a la poesía y la nueva mirada a la realidad de la persona y el territorio; la visión se extendía a América, dejando atrás la simple contemplación del paisaje acentuando la mirada más allá de las siluetas y los contornos hasta llegar al corazón.
El anhelo era esa región amplia para cubrir con su figura de carpa a la tierra y su gente ofreciendo un mismo techo fundamental. Este debía ser el eje que marcaría la producción literaria, ensayística, artística, filosófica, según el oficio de los integrantes.
Desde entonces la poesía dejaría de ser solo descriptiva del paisaje para ser la tierra con su habitante de piel y corazón.
Comenzó así el tránsito poético de Manuel J. Castilla con territorios de base para el que sería su posterior vuelo poético de inmensidad. El poeta susurró desde el inicio su canto mirando al prójimo y desde él al lugar donde habita, es su manera de percibir el mundo para transformarlo en belleza y elevarlo. Así se expresaba Laura Isabel Cortazar en su trabajo: titulado El poeta: enamorada percepción del mundo en la Edición Homenaje Por la huella de Manuel J. Castilla:
“La naturaleza y del ser humano que supera la estrechez lugareña. Una fuerza cósmica palpita hasta en pequeños milagros” (Pág. 63).
El decir de Manuel J. Castilla no era con signos de ausencia del Otro sino por el contrario: el punto de partida.
Tanta altura alcanzó su palabra que no se le pudo negar la excelencia en su máxima expresión y llegaron los reconocimientos a ese tránsito poético, entre muchos cito el Primer premio de Poesía del Fondo Nacional de la Poesía y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, el Doctor Honoris Causa por la Universidad nacional de Salta.
Fue también Director de la Biblioteca Provincial Dr. Victorino de la Plaza.

Encontramos a nuestro poeta también en las bellas letras del cancionero folklórico junto a Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Eduardo Falú, Rolando Valladares, Fernando Portal, Ramón Navarro y otros, impregnando al folklore su jerarquía poética y su sentimiento.
El poeta caminó la ciudad, la provincia y la región llegando a Bolivia donde se consustanció con el padecimiento del obrero boliviano rechazando su explotación.
Preocupado por las circunstancias humanas vibró con ellas desde su piel y su llanto plasmando ese temblor en su poética a la que extendió al plano existencial universal. Ésa fue una travesía poética que cinceló desde las profundidades del sentimiento, desde su lugar pasó la región hasta llegar al sentir humano global. Llevó la cosmovisión de ese sentimiento “más allá” entendiendo tal vez que con diferentes versiones en cualquier lugar de la tierra existen los mismos padecimientos, de allí su talla universal.
Uno de los rasgos más conmovedores del vate fue su capacidad de asombro permanente, la admiración de los lugares tanto simples como aquellos que tenían una carga de significados ya impresos, era su sorpresa de niño desplegada desde su mirada penetrante y sutil. El asombro puro, real, total, sin grietas; sus sentidos plenos extendidos descubriendo imágenes.
Leemos hoy al poeta y lo vemos con trazo fino de bisturí recortar del universo las imágenes que lo hacen vibrar, las que le atraviesan la piel para fundirse con su vibración interior las que nacen del barro del alfarero y se van haciendo junto con la vida, las esenciales, las transitadas en camino de ida y vuelta con la fuerza que arranca las piedras de una calle empedrada. Así fue su cosmovisión y su universo poético “El poeta asume la función primordial de “nombrador”: con su verbo crea un mundo inusualmente enriquecido. Se sitúa en el lugar de la enunciación y concibe el poema como fruto de la experiencia y no de la mera contemplación” (Carante p. 54). Esta conceptualización nos vislumbra la profundidad de su palabra que llega hasta hoy en su tránsito de eternidad y las imágenes encerrando universos.
Asimismo el poeta recorre el camino de la memoria de todos para erigirse en portavoz de los que no pueden expresarse en esta América desnuda para los necesitados. Y, desde esa profundidad asciende su voz poética.

Se escribió mucho sobre Manuel J. Castilla y aún no se dijo todo, su ser produjo una palabra inagotable. Precisamente su obra, verso o prosa es como una gran palabra, una sola, de tanta inmensidad y con tantos universos que pareciera están retroalimentándose muy adentro.
Se acercaron a su obra entre tantos otros estudiosos, Aldo Parfeniuk con su obra Manuel J. Castilla. Desde la aldea americana. Ed. Alción de la Provincia de Córdoba, Ricardo Kaliman con una tesis doctoral en la University of Pittsburgh, Estados Unidos, el citado Alejandro Morandini, la eximia Profesora Fanny Osán de Pérez Sáez con su estudio sobre el Grupo La Carpa.

El “gran Manuel Castilla” dejó sus semillas, una floreció en el arte titiritero, la otra en la poesía, con nombre propio: Leopoldo Castilla “el Teuco”, de palabra singular, sin repeticiones, transita por el sendero poético pero es solo la senda porque el caminar tiene sello propio, auténtico.
Esta propuesta no pretendió un análisis desde los recursos del lenguaje sino una aproximación a su obra, una mirada un poco más adentro para desde ese lugar exhortar a su lectura y regresar siempre a ella. Me permito decir que es “mi poeta amado de Salta”, que la emoción al recorrer su tránsito a veces nubla la razón y los conceptos se diluyen en esa conmoción. Que también recorté de la inmensa realidad su figura y el sonido de unas cuantas palabras cuando lo conocí hace muchos años. Tal la magnitud de su obra que tendió hilos de emoción para el regocijo pleno convencida que la región y América se levanta cuando suena su nombre: Manuel J. Castilla.

La Palliri
Qué trabajo más simple que tiene la palliri.
Sentada sobre el cáliz de su propia pollera,
elige con los ojos unos trozos de roca
que despedaza a golpes de martillo en la tierra.
(Un silencio nocturno le trepa por las trenzas
y oscurece la arcilla de sus manos morenas.)
Qué inútil que sería decir que en sus miradas
hay un pozo de sombra y otro pozo de ausencia;
que pudo ser pastora de las nubes
y se quedó en minera,
que pudo hilar sus sueños por las cumbres
viendo bailar la rueca.
La palliri no canta
ni tampoco hila sueños.
La mirada en la tierra
y en la cabeza el cielo
de mañana y de tarde
busca sólo el silencio
y cuando está a su lado
lo quiebra contra el suelo.
Y no sabe que a ratos, entre sus brazos recios,
se le duerme el martillo como un niño de hierro.
De Copajira, 1949.
Referencias:
- Manuel J. Castilla, Ediciones del Robledal, Bs. As., Argentina.
- Manuel J. Castilla, https://www.ecured.cu/Manuel_J._Castilla
- Morandini, A: (2013). El oficio del árbol, Obra periodística de Manuel J. Castilla, Fondo Editorial Secretaría de Cultura de Salta, Argentina.
- Portal Informativo de Salta http://www.portaldesalta.gov.ar/castilla.htm
- Royo, A., Armata, O. (Comp.). (2007). Por la huella de Manuel J. Castilla, Ediciones del Robledal, Bs. As., Argentina.
Maravilloso Castilla y como siempre Emilia una investigadora sagaz y brillante. Gran nota
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Sin duda honra al poeta con esta publicación!
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